La exposición

Antonio Álvarez y su enciclopedia

Antonio Álvarez Pérez nació en agosto de 1921 en un pequeño pueblo de Zamora llamado Ceadea. Era hijo de una labradora y de un vendedor de máquinas de coser que fomentaron el estudio entre sus hijos. En 1940, Antonio se incorporaba a su primer destino como maestro en Asturias aunque, poco después, sería destinado a Zamora. Allí, aparte de la escuela, entra a colaborar en la Escuela Normal.

En 1950 se había clarificado el currículo formativo de los maestros y se anunciaban los llamados “cuestionarios” que definirían en 1953 los temarios y niveles básicos para la enseñanza primaria. En este contexto, Antonio Álvarez comienza a elaborar algunos materiales que gustan a sus compañeros, que le animan a publicarlos. Aquí nace la llamada “Enciclopedia Álvarez”.

Su trabajo fue fundamentalmente individual, con un grupo muy reducido de colaboradores, algunos tan próximos como su hermano Jesús y su hijo José María. Otros fueron maestros y profesores de universidad como Cesáreo Herrero y Juan Arranz, e ilustradores como Aguilar y Santana.

La Enciclopedia Álvarez

El plan de Álvarez era preparar libros de texto generalistas, que abarcaran todas las materias, pero adaptándolas a los distintos grados: Primero (hasta 7 años), Segundo (hasta los 12) y Tercer Grado (hasta los 15). Pronto ampliaría la colección con la Enciclopedia de Iniciación Profesional, con cuadernos de ejercicios y con “cartillas” para los más pequeños. Una parte fundamental de su éxito radicó en su claridad expositiva, en la sencillez y complementariedad de las ilustraciones, y en una clara vocación práctica. Entre los maestros y maestras tuvo una gran aceptación ya que disponían del soporte de los libros del maestro titulados como Sugerencias y Ejercicios.

La “Enciclopedia” abarcaba todos los campos que señalaban los Cuestionarios Nacionales, desde Lengua o Historia de España a Ciencias de la Naturaleza, pasando por Geografía, Aritmética o Geometría. Además, se incluían materias como Historia Sagrada, Formación Político-Social y Formación Familiar, entre otras. Estas materias, obligatorias en todo manual escolar, estaban al servicio del nacionalcatolicismo que imperaba bajo la Dictadura.

Un fenómeno editorial

Tras pasar la censura eclesiástica y política, esos libros comienzan a publicarse en Zamora en 1952. Pocos años después, la tarea editorial se traslada a Valladolid, nuevo destino de Antonio Álvarez como maestro. El éxito de su obra le obligó a solicitar una excedencia y, en 1958, su baja definitiva del magisterio. Se estima que se imprimieron 34 millones de unidades entre libros de texto, de ejercicios, cartillas y libros del profesor. Entre 1952 y 1966 más de ocho millones de escolares estudiaron con estos materiales. En esos años eclipsó a sus múltiples competidores, copando una gran parte del mercado editorial escolar en España.

Tras la implantación de la Educación General Básica (E.G.B.) en 1970, Antonio Álvarez trató de adaptarse a los cambios educativos. Se sintió desbordado por la amplitud y especialización de los temarios, pero siguió trabajando hasta su retirada en 1981.

Años después, la editorial EDAF comenzó a realizar facsímiles de algunas de estas obras, con gran éxito, llegándose a vender hasta la fecha, más de 70.000 ejemplares de estas reproducciones.

La escuela rural

Definición de la escuela rural

Las escuelas rurales fueron aquellas escuelas nacionales enclavadas en aldeas o lugares de población diseminada inferior a quinientos habitantes. En estas localidades se utilizará un modelo de escolarización denominado “escuela unitaria”, con niños y niñas en aulas separadas, modelo que estuvo vigente desde la Ley Moyano de 1857 hasta la Ley General de Educación de 1970 que lideró el ministro Villar Palasí. No obstante, en localidades más pequeñas las escuelas tendrán un carácter mixto, con niños y niñas compartiendo espacio bajo la tutela de una maestra.

Las escuelas rurales sufrían continuas dificultades que impedían desarrollar una formación adecuada, destacando las precarias infraestructuras, la escasa dotación de recursos materiales, la corta permanencia de los maestros, y el aislamiento, no solo geográfico sino también social, con respecto a otros compañeros.

Esta situación de la escuela rural se agravó durante el Franquismo, caracterizándose por un gran absentismo escolar y altos índices de analfabetismo. A ello se sumaban un déficit de plazas para albergar al gran número de niños y niñas sin escolarizar, y una importante carencia de maestros, lo que provoca el cierre y desatención de muchas escuelas rurales.

Con la llegada de la Ley General de Educación de 1970 se propició el cierre de las escuelas unitarias dando paso a las concentraciones escolares rurales.

Graduación de la enseñanza y metodología en las escuelas unitarias

A las escuelas unitarias acudían niños y niñas de diferentes edades bajo la dirección de un maestro o una maestra. La legislación mandaba graduar la enseñanza por secciones. La primera, denominada “elemental”, abarcaba desde los 6 a los 10 años; la segunda, de “perfeccionamiento”, abarcaba a los escolares desde los 10 a los 12 años; y, finalmente, una tercera sección, de “iniciación profesional”, que comprendía de los 12 a los 14 años.

En función de estas divisiones se organizaba el trabajo del docente y se desplegaba su metodología. El sistema más utilizado era la enseñanza mutua en el que un único maestro instruía a un amplio número de escolares en el aula, necesitando de la ayuda de otros alumnos mayores seleccionados por su capacidad intelectual y nivel de conocimientos denominados “monitores”. La práctica educativa se basaba en repetición, memorización y recitación en voz alta. También, muy comúnmente, en un sistema de premios y castigos en el que no faltaba el principio, asumido socialmente, de que “la letra con sangre entra”.

Desde el punto de vista pedagógico se mantuvo el currículum “de las tres erres” establecido en la Ley Moyano de 1857: leer, escribir y contar. Es decir, lectoescritura y operaciones de matemáticas básicas, junto a nociones de Geografía, Historia y Religión.

El espacio escolar: el aula

Al entrar a la escuela, donde el maestro esperaba, se rezaba y a continuación cada alumno ocupaba su sitio. Antes de empezar, en los meses de invierno, se encendía la estufa con los trozos de madera que los niños aportaban. Además, cada niño llevaba de casa su pequeño hornillo confeccionado con lata y relleno con unas pocas brasas de la lumbre. A continuación, comenzaba la clase escribiendo el maestro en la pizarra la fecha y la consigna junto a ejercicios y cuentas. Al ser muy numerosos los alumnos, después de que el maestro explicara la lección, algunos mayores le ayudaban con los pequeños.

El aula apenas tenía decoración fuera de los emblemas políticos y religiosos exigidos, de los mapas escolares, y de algunas láminas que facilitaba el propio enseñante.

La jornada escolar

El horario escolar dividía el tiempo docente en dos períodos de mañana y tarde, teniendo el primero tres horas y el segundo dos. Dentro de este horario se distinguen las materias de estudio en función de su dificultad y del cansancio que producen los contenidos: por las mañanas las asignaturas más fuertes, y por las tardes las más apropiadas para ejercicios más ligeros y tareas prácticas.

El trabajo escolar se desarrollaba comenzando por un primer momento denominado “de entrenamiento” donde se llevaban a cabo conocimientos como las consignas. A continuación, venía el tiempo dedicado al máximo rendimiento con las materias fuertes: Matemáticas y Ciencias Naturales. Seguía un tercer tiempo o de rendimiento menor, donde se trabajaban conocimientos de Lengua, Geografía e Historia.

Después llegaba el recreo, momento para el ocio y juego y, a continuación, el cuarto tiempo dedicado a los conocimientos religiosos y los de carácter patriótico. Por la tarde se abordaban los trabajos prácticos, como la costura en el caso de las niñas. No obstante, y procurando que los alumnos no llegaran a bloquearse por cansancio, el maestro cambiaba de actividad con frecuencia.

La escuela como espacio social

El recreo

El recreo, que tenía una duración de treinta minutos, era un tiempo de descanso y juego, salvo para aquellos que tuvieran un castigo pendiente. Los juegos eran distintos para ambos sexos. Las niñas jugaban a la comba, al corro de la patata, al cuadro, tabas, alfileres, pelota, cromos, mientras que los niños se divertían con chapas, canicas, peonza, pañuelo, clavo, fútbol, etc. Un conjunto de juegos que exigían amplia participación además de dar continuidad al juego fuera de la escuela.

La escuela ratifica y aprueba los entornos de juego diferentes, el jugar separados, e incluso rechaza y califica negativamente a las niñas que comparten aficiones con los niños y viceversa.

En muchos casos, el recreo también era utilizado por los niños y niñas para hacer pequeños recados o tareas encomendadas por la familia o el docente.

Los niños vistos por los maestros

La imagen que los maestros transmiten acerca de los alumnos de la escuela rural se apoya en conductas como la obediencia, la docilidad, la disciplina y el respeto por sus maestros. Desde un punto de vista social, esta imagen está relacionada con niños que jugaban en la calle y ayudaban en las tareas del campo, sin olvidar las penurias en alimentación, vestido e higiene que se daban en aquellos momentos. Las maestras y maestros eran conscientes del contexto en el que vivían y del hecho de que los niños y niñas tuvieran que realizar distintas tareas más allá de las escolares. 

Las domésticas estaban reservadas para las niñas y las de labranza o cuidado de los animales a estas y a los niños. Era muy común que los escolares abandonaran la escuela en determinadas épocas del año, cuando hacía falta su mano de obra para el sustento de la economía familiar. La obligatoriedad de la enseñanza primaria llegaba a los 12 años, aunque el absentismo fue un verdadero problema. En todo caso, a partir de los 12 años, el abandono de los estudios era generalizado.

Los maestros vistos por los niños

Los relatos orales recogidos para el periodo de la Dictadura aluden recurrentemente al carácter de autoridad que tenía el maestro. Era una autoridad gubernativa, pero también social, formando parte de un sistema de vigilancia y control de la infancia que tenía en el párroco otro pilar fundamental. Como autoridad que era, al maestro se le cuestionaba poco o nada. Aun así, era normal que los niños recurrieran a burlas o pequeñas bromas siempre y cuando estas quedaran en un ámbito restringido. Muchos testimonios de la época aluden a un ambiente disciplinario, con castigos físicos y diversas humillaciones como recurso muy habitual por parte de algunos maestros y maestras. 

En cambio, otros testimonios remiten a esta figura como fuente de amor e inspiración, como personas preocupadas por educar a sus alumnos. El maestro era una figura en la que se apoyaban también los adultos para redactar cartas o algunos documentos. Su exiguo salario a veces se complementaba con ingresos por clases particulares que no podían permitirse todas las familias.

Documental (Versión corta)

Documental (Versión Extendida)

Las piezas del museo (selección)

Nº inv. 50. Bolígrafos y plumas estilográficas que pertenecieron a Antonio Álvarez. Donación de la familia Álvarez (Valladolid).

Nº inv. 51. Cuentos y chistes de baturros. Casa Editorial El Gato Negro, sin fecha. Donación de Maritere Aguiar (Alcañices).

Nº inv. 56. Lecciones autografiadas de Geografía de España, por José María Flórez, sin fecha. Donación de Maritere Aguiar (Alcañices).

Nº inv. 59. Nociones de Historia de España, por Saturnino Calleja Fernández, año 1913. Donación de Maritere Aguiar (Alcañices).

Nº inv. 60. Tesoro de las Escuelas, por Saturnino Calleja, sin fecha. Donación de Maritere Aguiar (Alcañices).

Nº inv. 65. Cartilla agrícola, por Victoriano F. Ascarza, Editorial Magisterio Español, sin fecha. Donación de Maritere Aguiar (Alcañices).

Nº inv. 66. Lámina coloreada con motivos infantiles. Hacia 1940. Donación de Elvira Sánchez (Salamanca).

Nº inv. 73. Lámina coloreada con motivos infantiles. Hacia 1940. Donación de Elvira Sánchez (Salamanca).

Nº inv. 89. Carné de cooperativa del Magisterio Español «Comaes» (Salamanca), año 1967. Donación de Elvira Sánchez (Salamanca).

Nº inv. 173. Pruebas de costura escolar, tercer cuarto del siglo XX. Cesión de Gloria García Pertejo

Nº inv. 99. Fotografía (retrato) de estudio de Antonio Álvarez, año 1957. Donación de la familia Álvarez (Valladolid).

Nº inv. 94. Licencia por asuntos propios de Antonio Álvarez, año 1958. Donación de la familia Álvarez (Valladolid).

Nº inv. 204. Enciclopedia Álvarez. Primer Grado, año 1963. Donación de Antonio Gómez Gangoso (Prado).

Nº inv. 224. Hijos ilustres de España. Santa Teresa de Jesús, de Andrés Revesz (editorial Sánchez Rodrigo), año 1956. Donación de Antonio Gómez Gangoso (Prado).

Nº inv. 226. Faro. Enciclopedia Escolar, por Quiliano Blanco Hernando (editorial Sánchez Rodrigo), año 1963. Donación de Antonio Gómez Gangoso (Prado).

Nº inv. 244. Niños y Cosas, por José Mª Villergas, año 1959. Donación de Antonio Gómez Gangoso (Prado).